Desde que el hombre empezó a dar sus primeros pasos sobre la faz de la Tierra se sintió muy pronto sobrecogido al dirigir la mirada al firmamento. En él titilaban incontables puntitos que parecían salpicar la bóveda celeste, dibujando grácilmente formas que hicieron volar sin límite su imaginación. Pero si hubo algo que siempre fascinó a nuestros antepasados fue el incomparable fulgor de la Luna iluminando el cielo nocturno.
Para los astrónomos que estudiamos los cometas y asteroides, la Luna supone una preciosa fuente de información por diversos motivos:
En primer lugar porque las condiciones que hay en ella permiten que su superficie permanezca prácticamente inalterada durante milenios. En efecto, su insignificante atmósfera y su gran estabilidad geológica contribuyen a que los cráteres de impacto ocasionados por meteoritos apenas se erosionen. Gracias a ello podemos estudiarlos y comprender mucho mejor sus efectos. Esto es más difícil de llevar a cabo en la Tierra debido a que el proceso de meteorización va poco a poco borrando las señales de impacto y degrada los restos meteoríticos que hayan podido quedar.
El cráter Copérnico se produjo hace 1.100 millones de años |
Otra de las razones por las que resulta interesante el estudio de la Luna es el saber que algunos de los impactos se produjeron con tal potencia que parte del material lunar salió eyectado a gran velocidad, consiguió escapar de la atracción gravitatoria del satélite y finalmente salió flotando al espacio. Eventualmente estos restos lunares se cruzaron con la órbita de la Tierra, atravesaron su atmósfera y acabaron llegando a la superficie en forma de meteoritos. Un viaje realmente extraordinario.
Podemos afirmar por lo tanto que, además de todo el material recogido por las misiones soviéticas y norteamericanas durante el siglo pasado, es posible estudiar rocas lunares sin haber pisado nunca la Luna. Podemos ir incluso más allá, ya que en función de la composición de estas rocas somos capaces de saber de qué zonas provienen. Echémoslas un vistazo:
Brechas regolíticas de anortosita: son el tipo más común de meteorito lunar. Proceden de las zonas altas. El regolito, polvo y pequeños fragmentos de roca, está presente en toda la superficie pero el de estas zonas está compuesto fundamentalmente de feldespato con clastos de anortosita.
Meteorito NWA 2995, brecha regolítica |
Basaltos: proceden de las zonas bajas de la Luna, también llamadas “mares”. Son un tipo de rocas ígneas que se formaron debido al choque de cuerpos de gran tamaño. Estos cuerpos generaron grandes depresiones y grietas a través de las cuales fluyó magma del interior del satélite que cubrió la cuenca de impacto. Estas rocas volcánicas están compuestas principalmente por olivino, piroxeno y plagioclasa.
Meteorito NWA 2977, basalto triclínico |
Brechas mezcladas: existen brechas que contienen fragmentos de diferentes composiciones. En ellas se mezclan los clastos de anortosita de las tierras altas con el olivino de las tierras bajas.
Meteorito NWA 2727, brecha mezclada |
En la AECA centramos parte de nuestras observaciones astronómicas en la Luna, nuestra inseparable compañera de viaje a través del espacio. Son muchas las cosas que hemos aprendido de ella y muchos los secretos que aún guarda y están por desvelar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario