10 de diciembre de 2014

Meteoritos metálicos

Una vez fueron parte del núcleo de un gran asteroide. Los meteoritos metálicos, también conocidos como sideritos, están esculpidos por la acción del aire y el calor al atravesar la atmósfera a enormes velocidades. En ocasiones pareciera incluso como si alguien hubiese moldeado con sus dedos un bloque de arcilla húmeda, dejando marcadas suaves hendiduras a las que llamamos regmagliptos. Pero su apariencia no debe confundirnos ya que los meteoritos metálicos son extremadamente duros.

A pesar de que apenas suponen un 5% de todos los meteoritos que caen, su alta densidad les permite resistir mejor la ablación atmosférica si los comparamos con los meteoritos de tipo rocoso. Eso significa que pueden llegar a impactar contra la Tierra fragmentos de mayores dimensiones capaces de provocar mucha más destrucción. Para hacernos una idea: un meteorito metálico del tamaño de una pelota de fútbol puede pesar más o menos unos veinticinco kilos. Aproximadamente el doble que si estuviera formado por roca.

meteorito metálico
Meteorito metálico con muchos regmagliptos

Los sideritos están compuestos principalmente por una mezcla de hierro y níquel aunque pueden contener además otros elementos en proporciones menores como carbono, cobalto, galio, germanio e iridio. De esta composición se forman dos aleaciones, la camacita y la taenita, que pueden verse en forma cristalizada. Para ello tenemos que cortar con cuidado el meteorito con una sierra de diamante, pulirlo y aplicar ácido nítrico sobre su superficie. Después de esperar unos instantes, aparecerán ante nuestros ojos unos cristales con unas características únicas. No hay nada igual en nuestro planeta.

Ver cómo son estos meteoritos por dentro y cómo crecen los cristales de camacita y taenita nos permite hacer una clasificación según su morfología interna. Lo que tenemos en cuenta aquí es la proporción de níquel que tiene el ejemplar así como el tiempo que ha tardado en enfriarse el metal. Unas líneas finas evidencian un enfriamiento rápido mientras que unas gruesas nos cuentan que el proceso ha sido más lento. 

Dicho esto, podemos encontrarnos con los siguientes tipos:

Hexaedritas: llamados así porque forman cristales hexaédricos (de seis caras). Contienen menos de un 6% de níquel. Cuando esto ocurre solo se forma camacita. Al ser cortados y tratados presentan unas líneas paralelas conocidas como líneas de Neumann.

Octaedritas: forman cristales octaédricos (de ocho caras). Tienen entre un 6% y un 17% de níquel. En estos casos nos encontramos con bandas tanto de camacita como de taenita, que se entrelazan formando lo que se conoce como estructura de Widmanstätten. Son unas líneas que crean un entramado realmente espectacular. En función del grosor de estas líneas, las octaedritas pueden clasificarse a su vez en:

- Muy finas: menos de 0,2 mm.
- Finas: hasta 0,5 mm.
- Medias: hasta 1,3 mm.
- Gruesas: hasta 3,3 mm.
- Muy gruesas: más de 3,3 mm.

Ataxitas: reciben su nombre de la palabra ataxia, que viene del griego y significa desorden. Poseen más de un 17% de níquel. En estos meteoritos casi todo es taenita de modo que la camacita es inapreciable a simple vista. No se forman líneas de ningún tipo.

Anómalos: aquí encontramos aquellos tipos de meteoritos metálicos raros con composiciones inusuales.


Sabemos que los sideritos formaron parte del núcleo de un cuerpo diferenciado, probablemente de un asteroide lo suficientemente grande como para que su propia gravedad provocara que los elementos más pesados, como el hierro, se hundieran hacia el corazón del mismo. En un momento dado, debió producirse un choque tan violento que los fragmentos del núcleo salieron disparados al espacio y cayeron aquí en forma de meteoritos.

La Tierra, al igual que los grandes asteroides, es también un cuerpo diferenciado cuyo núcleo está formado de hierro y níquel. El problema es que el interior se encuentra a más de 6.000 kilómetros de profundidad donde la presión es millones de veces superior a la de la superficie y se alcanzan temperaturas de varios miles de grados. Aunque pueda parecer romántico, hacer un viaje al interior de la Tierra al más puro estilo de la novela de Julio Verne es hoy por hoy absolutamente imposible. Los meteoritos metálicos son por lo tanto la mejor manera que tenemos para conocer como son las ardientes profundidades que se hallan bajo nuestros pies.

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